Alma de mi alma, perfume de mi eternidad

Familia Olfativa: Ambarada, oriental, almizclada

Notas de Salida: Bergamota de Italia Orpur, Esencia de incienso de Somalia Orpur, Pimienta rosa CO2 Orpur

Notas de Corazón: Mantequilla de iris Orpur, Absoluto de rosa Orpur, Acorde de gamuza

Notas de Fondo: Esencia de sándalo de Australia Orpur, Acorde de madera de Georgia, Absoluto de vainilla de Madagascar Orpur

El perfume es alma, el alma es perfume. Y en esta creación olfativa, ese vínculo invisible cobra forma a través de materias primas sublimes y evocadoras. Cada acorde, cada nota, cada estela es un susurro entre mundos: el tangible y el etéreo, el cuerpo y el espíritu, el recuerdo y el deseo. Estamos ante una fragancia que no se limita a embellecer la piel; la transforma en un talismán sensorial, en un portal que conecta con lo divino, como lo haría una oración o una caricia sostenida.

Desde sus primeras notas, el perfume se abre con una bergamota italiana Orpur que no brilla, sino que resplandece como el primer rayo de sol sobre una cúpula dorada. A su lado, el incienso somalí —sagrado y milenario— levanta su humo espiritual, elevando el alma del perfume hacia lo alto. La pimienta rosa, vibrante como un murmullo sagrado, enciende la composición con una energía que late entre la pasión y la contemplación.

El corazón late con una ternura abrumadora. La mantequilla de iris Orpur aporta una textura cremosa y empolvada, como si la fragancia respirara desde el centro de un templo. La rosa absoluta, majestuosa y sensual, no grita: canta. Su voz es la de un recuerdo que se cuela por la ventana en una tarde de infancia. El acorde de gamuza añade un toque de piel desnuda, de abrazo contenido, de suspiro que roza el cuello y se queda allí a vivir.

Y luego, el descenso a los misterios de la tierra. El sándalo australiano llega como una oración silenciosa, madera sagrada que no arde, sino que abraza. La madera de Georgia aporta profundidad y una textura casi táctil, como si pudiésemos palpar cada nota. La vainilla de Madagascar, absoluta y embriagadora, teje el hilo invisible que une todos los elementos: dulce, pero nunca empalagosa; envolvente, sin ser opresiva; etérea y, sin embargo, inolvidable.

Este perfume podría haber sido usado para ungir a los dioses, en las ceremonias de Persia o en los rituales devocionales de la India antigua. Huele a ofrenda, a leche vertida sobre piedra sagrada, a mantequilla clarificada fundiéndose al calor de un fuego ritual, a humo blanco ascendiendo hacia los cielos como mensaje de amor eterno. No es simplemente una fragancia, es un sacramento líquido.

Hay algo profundamente espiritual en cómo el almizcle se funde con la iris y la vainilla. No es un juego de seducción trivial, sino una danza de almas. Es como si cada molécula estuviera tocada por la intención de permanecer, de dejar huella, no solo sobre la piel, sino sobre la memoria emocional de quien lo percibe. El perfume no solo se lleva… se recuerda.

Este perfume habla el idioma del alma blanca, espumosa y sideral. Es la representación invisible de lo divino en lo cotidiano. Llevarlo es como entrar en un estado meditativo, como abrazar el misterio del universo sin necesidad de palabras. La estela que deja es un eco del alma: suave, persistente, misteriosa.

Por el almizcle permanezco. Por la rosa respiro. Por la vainilla me abandono. Este perfume es un ritual íntimo, una alquimia emocional que eleva y transforma. Es un canto sagrado que susurra al oído: alma de mi alma, aquí estoy, para siempre.